YO HE VENIDO A CONSTRUIR POR MEDIO DEL SILENCIO, LA MEMORIA DEL TIEMPO

Reflexiones en torno a la Arquitectura del silencio; Homenaje escénico a Andrei Tarkovsky 
Ángel Hernández


Yo he venido a construir por medio del silencio la memoria del tiempo.  He venido a realizar un viaje. Este viaje que nos lleva a encontrarnos por primera vez en esta estación imprecisa del camino. Este relato es mi voz y lo que engendra son instantes de negociación con lo imposible. Al parecer la guerra que se libra ahí dentro y fuera de esta habitación comprendida entre nuestros cuerpos que se recomiendan la calma o el sosiego de la brutalidad, es ahora nuestro espacio fechado de encuentro. Ahora, aquí como arquitectos de la ensoñación, colapsamos las estructuras de cualquier civilización pasada, para abrir paso a la construcción de nuestra propia, única e imperfecta ciudad.

Pensé en eso  luego de ver la Arquitectura del silencio; Homenaje Escénico a Andrei Tarkovsky  presentada por la compañía de teatro “El Gehtto”. Pensé en la construcción de aldeas de la memoria a partir  de esta oportunidad de reunirnos en lo que pudiera ser el único resquicio de asombro ante el episodio vivencial de lo inaudito. De vidas que fragmentadas inician un proceso de construcción in situ en el itinerario de sus pasiones ocultas, hoy reveladas a partir de la voz que les da cuerpo en lo invisible. Pensé en el silencio como en lo visible. En la capacidad de una sociedad secreta por reconocerse como partidaria de la gran revolución del mundo a partir de la ternura. De cierta belleza compartida luego del espanto y la conmoción del crimen enunciado en tantas vidas, lejanas y cercanas de la soledad.

Una escena viva, existente en este encuentro de tres hombres y dos mujeres, ciudadanos de una nueva nación detallada en la coexistencia, que como cómplices del mutismo (O intersticio donde el sonido dormita al interior) fundan su propio escenario, sobre la arena fina de sus vivencias. Podría decirse que en el acontecimiento, de reflejarnos frente a los ojos de esos habitantes que hoy han venido a sacudir el polvo de nuestras memorias, se distingue la posibilidad de una vida futura para el milagro de lo invisible: Espacio tiempo y sonoridad envueltos en una mima maquinaria para engendrar capítulos del pretérito inmediato e implacable de la memoria:

Esto no ocurrirá/ Esto no sucedió aquí/ Esto hace que suceda, el peligro inminente de entender el filo de la soledad.

Aquí vinimos a refugiarnos luego de que calló la bomba. Dentro de un bunker construido con la materia prima de lo intangible, asimilado en un fin del mundo donde las trayectorias erráticas que componen el curso natural del desplazamiento de los mamíferos, nos han traído hasta aquí.  Y ahora aquí cantamos, pero esta canción no comienza con música, si no con un mutis piadoso por la presencia, quizá entendiendo que se trata esa de nuestra primera arquitectura. La arquitectura elemental y precaria. Quizá sabiendo que ese canto de delicadeza, complementa nuestra ventura por lo terrible y lo honesto de la poesía materializada en los terrenos irregulares del clandestinaje sutil. Una exposición de principios frente a la renovación de la fábula personal que da y rinde un homenaje a la soledad, partiendo del principio secreto, aun no revelado de la compañía.
Encuentro a esta arquitectura del silencio, como un paisaje poblado por el signo testimonial de la palabra construida en cuerpo material y etéreo, avecindados en la honestidad de un discurso implacable del ser dialogando con la esperanza del vacío, la no remitencia, la llamada no contestada, el segundo bisiesto de la espera.

Encuentro un proyecto altamente experimental bajo la visión un director como Agustín Meza que siempre atento a las estaciones por las que atraviesa el cuerpo de sus actores, los vuelve astronautas de su espacio interior,  en un recorrido que se identifica como el viaje hacia algún lugar de nuestra propia galaxia planetaria. Una voz que también se construye en cada habitante de ese segundo, a partir del silencio como heredero de lo interpretable, como un terreno ganado para la edificación de ese segundo de silencio instalado en el espejo fragmentado de las realidades que participan en el otro. 

Esto se dice por primera vez. Esto evoca una anarquía de la arquitectura humana a partir de la auto confesión. Esta confesión de brutal naturaleza humana. Este recorrido sensorial entre los orígenes de la palabra misma. De un teatro que se reinventa a sí mismo para dejar de serlo, para dejar de ser teatro y en vez de esto, colocar un letrero de precaución donde se lee: “Zona en construcción de poéticas habitables” Poéticas que transcurren en el cauce de un rio donde transcurre el tiempo y la levedad, el frío y los instantes de  llanto y la ternura. Del nacimiento primero de una niña que vendrá a  cambiar el mundo. El espacio como ecuación del silencio y la verdad como un refugio que se vuelve visible una vez que los duendes aparecen para compartir el instante de nuestro propio secreto...